SOSAI OYAMA,
SU BÚSQUEDA EN LAS MONTAÑAS
Sosai Oyama |
Al poco de concluir
la guerra en el Pacífico, Masutatsu Oyama decidió seguir un consejo que había
recibido de su maestro Cho Hyung Ju (con el cual había practicado karate
Goyukai desde poco después de haber llegado a Tokio por primera vez). Cho Hyung
Ju le había planteado la necesidad de ir a un monasterio en las montañas para
indagar en la esencia de las artes marciales más allá de lo físico. Oyama
escogió el Monte Minobu, a unos setenta kilómetros de Tokio, allí permaneció
durante tres meses, trabajando en un monasterio donde realizaba labores
cotidianas –cortar madera, portar agua…-, aunque esto le impedía disponer del
tiempo que exigía su búsqueda. No deja de ser interesante, y quede ahora como
un breve apunte que el monte Minobu es uno de los centros importantes de la
secta budista Nichiren –más adelante trataremos sobre ello-.
Regresa,
pues, a Tokio, insatisfecho del resultado y esperando que se den las
condiciones oportunas para llevar a término el consejo que en su día le diera
el maestro Cho Hyung Ju.
La
ocasión sucede cuando Masutatsu Oyama es presentado a un político, Tenshichiro
Ozawa, el cual, más que convencerle, le provee de lo necesario para que se
cumpla esa búsqueda que requería el desarrollo de la práctica marcial de Oyama.
Ozawa le hará llegar una cantidad mensual para que pueda sobrevivir y el futuro
fundador del Kyokushinkai decide recluirse en una pequeña cabaña en el Monte
Kiyosumi (también conocido como Seicho). En este lugar, curiosamente, también
se encuentra un importante centro de culto del Budismo Nichiren.
En
el Monte Kiyosumi, Oyama va a permanecer viviendo en soledad, practicando
karate y buscando una fortaleza mayor que ya no estará sólo en el
adiestramiento corporal sino también en la entrega a la meditación y al
estudio.
En
un principio Masutatsu Oyama se plantea quedarse allí durante mil días, tiempo
que marca el primer acercamiento serio al conocimiento de un Arte Marcial; así
dice la tradición, y en ello hay que entender un límite simbólico tras el cual
comienza un perfeccionamiento que es la vida, y eso es el Dô –camino-. No podrá llegar a cumplir ese plazo pues, dieciocho
meses después de haber comenzado su búsqueda, Oyama se ve sin el apoyo
económico de Tenshichiro Ozawa, el cual, al parecer, se vio involucrado en un
caso de corrupción política y fue encarcelado.
Ha de abandonar el monte Kiyosumi,
pero su visión del karate ya se ha visto forjada en la fragua del contacto
pleno con la naturaleza, fuente de la que han surgido buena parte de las
técnicas, y hasta de las escuelas más importantes de las Artes Marciales
tradicionales.
Kunitsuna Tengu |
Durante
esos dieciocho meses, Masutatsu Oyama sigue una rutina muy similar a la que
acompañó a los monjes guerreros yamabushi, hito importante en el desarrollo de
las Artes Marciales –quede para otro momento tratar de ellos-. En su rutina
diaria practica karate durante unas siete horas diarias, siempre en pleno
contacto con la naturaleza; estudia y medita. Fruto de su experiencia, además
de muchas más cosas, ahí está el desarrollo del uso de la respiración, que
presente en otras escuelas de karate, tiene una considerable importancia en la
de Kyokushin.
El
mismo Sosai Oyama describe cómo fue
este periodo, en su libro El camino del
Kyokushin: la filosofía del karate de Mas Oyama. Sus palabras son lo
suficientemente importantes como para ser transcritas aquí por extenso, leamos:
Sosai Oyama |
“Mi entrenamiento cotidiano comenzaba muy temprano de
madrugada con una sesión de meditación y purificación bajo las aguas heladas de
una cascada. Después volvía corriendo a mi pequeña cabaña. Utilicé todo lo que
la naturaleza ponía a mi disposición para desarrollar mi fuerza y mi condición
física. Puse especial cuidado en no descuidar ninguna parte de mi cuerpo, ni
ningún aspecto del entrenamiento. La mañana estaba dedicada al fortalecimiento
de los músculos y de la capacidad respiratoria. Corría por las montañas,
levantaba piedras y troncos, me sumergía en las aguas heladas, hasta que la
jornada matutina terminaba con otra sesión de meditación. Seguía el día con la
práctica de karate. Había sujetado makiwaras en los troncos de los árboles y
golpeaba durante horas y horas, tanto con los puños como con las piernas.
También me ejercitaba en los rompimientos, hasta que el estado de mis manos me
impedía continuar.
Durante
mi permanencia en la montaña no pasó un día en que no me sometiese a esta
disciplina hiciese el tiempo que hiciese.
Al caer
la oscuridad percibía la profundidad de mi soledad, rodeado como estaba por las
tinieblas y el silencio. Encendía una vela en el interior de mi cabaña y
trazaba dos círculos en una hoja blanca. El de la derecha, SEI, es la acción;
el de la izquierda, DO, era la quietud. Observaba estos dos círculos y me
sumergía en una profunda meditación.
Mi
estancia prolongada, alejado de la civilización me permitió aumentar
considerablemente el nivel de mi karate; pero más importante aún, me llevó a un
estado mental muy particular, alejado totalmente del que yo era antes”.
En estas
palabras se encuentra implícito uno de los rasgos que definen la peculiar
mirada de la nación japonesa: la importancia del contacto con la naturaleza.
Mirada que marca el especial desarrollo del Budismo en Japón por influencia
directa de la religión propia del archipiélago del Sol Naciente, el Shintô.
Nichiren Shoshu logo |
También
hemos mencionado la secta budista de Nichiren. Es el momento de detenerse en
ello. Nichiren fue un monje budista que vivió entre 1222 y 1282; uno de los más
importantes reformadores del pensamiento religioso japonés. Su vehemencia le
llevó a ser perseguido y al destierro. El principio básico de su doctrina está
en la búsqueda del perfeccionamiento integral del ser humano en su acercamiento
a la liberación interior. Aunque no descarta en su culto la práctica mágica
chamánica, la Escuela de Nichiren se cimienta especialmente en uno de los
textos esenciales del Budismo, el Sutra
del Loto y en la recitación de “NAMU MYÔHO RENGE KYO” (Devoción a la ley
mística del Sutra del Loto) convertido en una fervorosa oración que, a modo de
mantra, pronuncian desde lo más profundo de su ser los seguidores de Nichiren,
cuyo grupo aumentó visiblemente con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial
(puede consultarse al respecto Mircea Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas. Desde la época de
los descubrimientos a nuestros días. Barcelona. Herder. 1996).
Cape Nichiren Ito, Shizuoka |
Ahora bien, si esta fuente es
importante a la hora de entender algunos aspectos del porqué Minobu o por qué
Kiyosumi, no hay que olvidar, para nada, la base Shintô sobre la que se asienta
el acercamiento del japonés a la naturaleza.
El Shintô es, básicamente, la
religión nativa de Japón para interpretar el universo desde la
autoconsideración del Centro, físicamente manifestado en la Tierra de los
Dioses que es el archipiélago japonés. Esta doctrina está en uno de sus
momentos de revitalización cuando Masutatsu Oyama llega a Japón en los años
previos a la Segunda Guerra Mundial.
Sokyo Ono (Sintoísmo. El camino de los kami. Gijón. Satori Ediciones. 2008)
define magistralmente en estas palabras qué es el Shintô:
“El mundo no está en conflicto con el ser humano, ni se
opone a él. Al contrario, está lleno de las bendiciones de los kami y se
desarrolla mediante la armonía y la cooperación. El Sintoísmo no es una religión
pesimista, sino todo lo contrario. Considera que el mundo es intrínsecamente
bueno y que todo aquello que interfiera con la felicidad del hombre debe ser
expulsado, pues no pertenece a este mundo. El hombre es hijo de los kami y, por
tanto, es esencialmente bueno. No hay una clara distinción entre el hombre y el
kami; en cierto sentido los hombres son kami y en cierto modo, llegado el
momento, se convertirán en kami. El hombre debe dar gracias por su vida, que es
sagrada, a los kami y a sus antepasados, que le aman y le protegen. También se
debe mostrar agradecido a su familia, a su comunidad y a la nación. Su vida es
una bendición y por ello debe aceptar sus obligaciones para con la sociedad y
contribuir al desarrollo vital de cualquier empresa que se le confíe”.
Shinto en Inagi |
En definitiva, el Shintô consiste en
la creencia en unos dioses que pueden ser una metáfora de las fuerzas naturales
que sobrecogían al ser humano primitivo, personificadas en todo un panteón de
divinidades cuyas expresiones más importantes son Izanagi, Izanami y
Amateratsu. El Shintô también respeta todo lo existente como expresión del
espíritu panteísta que subyace dentro de la realidad física; en la valoración
de unos espíritus de la naturaleza que, si bien en el animismo más primitivo
pueden ser fuerzas tanto positivas como negativas, en él se han transformado en
kami protectores, manifestación de unas energías depuradas de toda negatividad.
Entre esas potencias protectoras se localizan los elementos naturales; de ahí
ese sentido místico del contacto con la naturaleza que encontramos
frecuentemente en lo japonés elevándose sobre cualquier interpretación
puramente estética. Trascendencia que viene a ser la base sobre la que se apoya
la decisión de Masutatsu Oyama de adentrarse en la montaña, como la de tantos
otros buscadores de una verdad en la práctica de las Artes Marciales.
Daniel Clarence Holtom (Un estudio sobre el Shintô moderno. La fe nacional del Japón.
Barcelona. Paidós. 2004) presta una atención especial a los procesos de
purificación que marcan buena parte de las diferentes sectas sintoístas. En la
historia mitológica que explica el nacimiento del universo japonés en el Kojiki, la práctica de la purificación
tiene una categoría primordial (se trata de la historia de Izanagi, cuando regresa
de su visita al mundo de los muertos). A lo largo de la historia del Shintô,
este tipo de práctica –común, por otra parte, a todo lo sagrado- se mantendrá
como un eje central del acercamiento del fiel al misterio. En la secta Misogi
kyô, fundada en el siglo XIX por Inoue Masakane, el rito de lavar el cuerpo con
agua fría (misogu) se transforma en
una de las técnicas más importantes en la búsqueda del aquietamiento mental y
de la lucha contra la enfermedad que, al fin y al cabo, tiene, en buena medida,
su origen en una vida desordenada en la que sólo queda lugar para el caos. El
mismo ritual que practicará Sosai Oyama durante su estancia en la montaña. Un
ritual, el del misogi, que más allá
del concepto religioso de purificación es una prueba física que muestra cómo es
necesario controlar las emociones y un ejercicio fundamental en la búsqueda del
fortalecimiento del cuerpo, otro de los pilares de la práctica marcial.
Recordemos todo ello la próxima vez que lo practiquemos en alguno de nuestros
entrenamientos.
Sosai Oyama, retiro en la montaña |
OSU
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