Sosai Oyama |
Cuando los
japoneses se referían, en sus inicios, al estilo de karate creado por Sosai Oyama, decían que era “Kenka karate”,
karate brutal; a ellos les respondía el maestro Oyama: “¡Baka! Kenka karate ja nai. Budo karate da” (¡Tonterías! No es un
karate brutal. Se trata de Budo karate) -así lo refiere Nathan Ligo en el
artículo que dedicó a Masutatsu Oyama en Black
Belt, abril de 1994, “The Living Legend of Mas Oyama”-.
¿Cuál es el motivo de ese
calificativo de brutal? Puede ser la dureza que acompaña a la práctica del
estilo Kyokushin, puede ser la idiosincrasia tan particular del propio Mas
Oyama –evidente en sus exhibiciones de lucha contra toros, o en sus combates
vencidos en un solo golpe-, puede ser, incluso, debido a la práctica del
combate al K.O., cosa que no es exclusiva del Kyokushin. De un modo u otro, lo
que realmente nos interesa es conocer el porqué de esa definición con la que
Sosai Oyama contradice a sus detractores: Budo Karate.
Budo
es el camino del guerrero (Bushi), la
tradición seguida por los samuráis. Este camino, que tan presente está en los
principios del Kyokushin (Dojo Kun),
no se centra en la brutalidad sino en una disciplina totalmente necesaria, pues
el seguirla era la diferencia entre vivir y morir; y no estamos hablando
exclusivamente desde un punto de vista físico (cuando el Bushido comienza a reglamentar la existencia del hombre de armas,
éste se movía en la frontera que roza la muerte) sino también desde un punto de
vista espiritual, pues Do, o Michi, tienen el sentido de senda que
conduce a las moradas interiores a las cuales sólo es posible acceder con la
muerte del hombre profano. Esa peregrinación hacia la trascendencia sigue una
disciplina de sacrificio, pautada por una ética que va más allá de los enfrentamientos
descritos como brutales. Sin esa filosofía, la contenida en los Dojo Kun, se cumplen las expectativas de
aquellos que denigraban el estilo de Mas Oyama; por eso, entre sus principios
marcó una serie de planteamientos de conducta que coinciden con los antiguos
códigos del Budo, a los cuales quiso
asimilar su estilo: cortesía, respeto, sabiduría, humildad.
Los formantes del nombre de Kyokushinkai contienen tres conceptos.
KYOKU, lo más alto, lo último; SHIN que tanto puede ser verdad como alma, y
KAI, asociación o escuela. Una asociación preocupada en buscar la última verdad
o el alma más elevada. Para entender tal definición debemos volver la mirada a
la cultura japonesa, al fin y al cabo, el origen de este noble arte marcial.
En la tradición del País del Sol
Naciente confluyen dos modos de acercamiento del ser humano a lo sagrado; por
un lado el Shintoísmo (seguido por Masutatsu Oyama en su entrenamiento en las
montañas, de eso espero que podamos ocuparnos en algún otro artículo); por
otro, el Budismo Zen.
El zen, que es inexpresable en una
definición, podría considerarse cercano a la práctica de una disciplina de
entrega total, de trascendencia del dolor para llegar a un estado de mente de
imperturbabilidad más allá de las circunstancias concretas. Mediante la
práctica de la meditación zen (en sus distintas variedades) se busca la
integración total de cuerpo y mente, la ruptura de la visión habitual a la hora
de contemplar la realidad, y la unificación inmediata de la información para
dar la respuesta exacta en el momento. Cuando el Budismo zen comenzó a ser
difundido por el archipiélago japonés, encontró una inmediata acogida,
especialmente entre el estamento de los samuráis y así fue impregnando el
desarrollo de las artes marciales, especialmente el tiro con arco (Kyudo) y la esgrima (Iaido y Kendo), tanto como otras manifestaciones culturales japonesas
(estudiadas en las magistrales obras de Daisetz T. Suzuki) como la ceremonia
del té (chado), la del incienso (kohdo), el haiku y el arreglo floral (ikebana).
A todo ello se refiere Sosai Oyama cuando habla de
Kyokushin como Budo karate.
Los elementos que
conforman el entrenamiento Kyokushin, tal y como se desarrollan en las
distintas sesiones, son el trabajo de unas técnicas básicas, Kihon; las codificaciones de combate
contenidas en los Kata, en ellos
están todas las enseñanzas fundamentales del estilo; y el enfrentamiento
propiamente dicho, Kumite.
Finalmente, una práctica compartida por casi todas las Artes Marciales: el Mokusho, cerrar los ojos, centrarse en
la respiración y dejar que toda la enseñanza recibida a lo largo del tiempo de
trabajo se deposite, creando ese poso que marca la vida de aquel adepto a la
disciplina marcial. Aquí está esa reminiscencia de la meditación zen a la que
antes nos hemos referido. Todo ello enmarcado en una serie de gestos rituales
que se inician con el saludo hacia el kami-za,
el centro que convierte una sala de entrenamiento en un dojo –un lugar en el que se vive el Camino- y concluyen en el
saludo a todos los compañeros en sus diversas categorías, el agradecimiento al shihan que ha dirigido la sesión y el osu que hace prolongar el espíritu de la
práctica más allá del gimnasio para impregnar la vida cotidiana del estudiante
serio.
Shihan Javier Sánchez (Sexto Dan Karate Kiokushin) |
Eso es el Budo Karate al que se
refería Sosai Oyama.
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